Ores y los demonios




Isaac Muñoz


Mi madre me quiere mucho, tanto que no me deja salir de casa. Dice que afuera, mientras lo niños juegan a las canicas, llegan hombres vestidos con largas gabardinas y se los llevan para venderlos en los circos. Ahí les enseñan a comportarse como monos. Los visten con un saquito rojo, unas mayas doradas y un pequeño sombrero rojo. Les ponen con pegamento pelo en la espalda, los brazos y la cara. Yo no quiero ser un chango, quiero ser bombero para salvar gatitos y apagar incendios. Yo nunca he visto un hombre con gabardina o a un bombero, ya que nunca salgo. Sólo tengo mis libros de aventuras ilustrados y las películas que me trae mamá de afuera. Hay en la entrada un perchero con una gabardina azul marino que huele a tabaco. Eso lo sé porque a mamá le encanta fumar con su pipa de madera clara que parece de chocolate. Ella dice que era de mi abuelo. Cuando le pregunto por mi papá ella se pone nerviosa, angustiada, empieza a ponerse colorada y a temblarle las manos. Me dice que me odia y luego se va a su cuarto. Mi mamá es…



—Ores, ¡qué haces aquí en el suelo de la biblioteca! Te he dicho que puedes leer sólo bajo mi supervisión. ¿Qué traes en la mano?— levanta al niño del suelo y le quita el libro.
—Los viajes de Gulliver… esto no es literatura para niños. Para empezar, esos países no existen, tampoco los gigantes y menos los liliputienses. A tu abuelo le gustaban los libros bastante raros y horrendos. ¡Toma uno de tus libros y vete a la sala!— Ores se detiene y le pregunta a su madre.
—Mamá ¿por qué no puedo salir?
— ¡Salir para qué! Tú eres pequeño, ingenuo y delicado. El mundo de afuera es peligroso y si te pasara algo… Ya sabes que lo hago por nuestro bien…
—Pero tú trabajas afuera, por qué sí puedes salir y yo no.
—Tengo que salir por necesidad, no por gusto. Sabes que trabajo en un banco. Allí hay guardias, policías y un sistema de vigilancia. Algún día lo verás por ti mismo: es el lugar más seguro. Pero afuera de la casa y del banco el mundo es horrible. Hay indigentes, hombres con mirada libidinosa, mujeres que te empujan en el suburbano y niños sucios que viven en la calle. ¿Sabes qué te pasaría si salieras?
—No ¿Los niños son felices?
—Claro que no. Sus familias no los quieren. Y si tú salieras, seguro te robarían y te harían trabajar en la calle. Tus pies andarían descalzos y tus manos sucias, te saldrían ampollas y callos en tus bellos pies— su madre comenzó a lagrimear de imaginarlo. Lo abrazó y acarició con tanta fuerza que le faltaba aire a Ores.
—Eres lo único que me mantiene con vida. Es un milagro que te tenga y que tú me tengas, que te proteja y cuide. Ores ¿sabes cuántos años cumples el siguiente mes?
—10 años.
—Sí. Ya casi eres todo un señorito. El día de mañana me agradecerás todo lo que te hice. Te voy a traer un pastel de chocolate, globos y regalos.
—Me gustaría de regalo un gatito. Se ven tan hermosos en mi libro de bomberos, con los ojos grandes, verdes y azules como canicas, y su piel afelpada, sus orejas puntiagudas y…
—No. Los gatos son sucios y traen enfermedades— dijo su madre endureciendo su semblante. Sus ojos llorosos se secaron de inmediato—. ¡De dónde sacas tales ideas! Animales en la casa, esto no es un zoológico.
— ¿Qué es un zoológico?
Su madre acercó a Ores de un tirón del brazo, se acuclilla y le susurra —El zoológico es un lugar donde guardan animales para luego matarlos a la vista de todos. Sobre todo a los gatos y animales pequeños. Están en salas grandes como la biblioteca, pero sin libros y las paredes son de vidrio. Ahí sacan a los animales. ¿Recuerdas a los elefantes y jirafas que viste en tu libro de África?—Ores asiente. El corazón le palpita en el pecho, no quiere seguir escuchándola, pero la madre lo aprieta con más fuerza— Pues los ponen a mitad de la sala encadenados y hambrientos: apenas pueden mantenerse de pie y se les ven las costillas. Hay una puerta de metal enorme por donde sale el animal y otra enfrente donde sale un encargado con un garrote o un machete. Cuando sale les empieza a pegar y cortarlos hasta dejarlos desangrados. Los animales chillan y se retuercen. Luego se va y por la otra puerta dejan salir unos tigres, entonces… — ¡Mamá, ya basta!— Ores se separa de su madre con todas sus fuerza, se cae al suelo y empieza a llorar.
—Te lo digo yo. Yo que he visto esas torturas. La gente es mala y hará de todo para dañarte. Yo que tengo que llevar siempre un arma para defenderme— la madre toca orgullosa su bolso de mano que nunca suelta. Ores no sabe a qué se refiere. —Es hora de cenar y luego dormir.





Mi madre me quiere mucho, lo sé porque ella me protege no sólo de la gente mala del exterior, sino también de las brujas. Los martes y viernes ella sube al cuarto del abuelo y ahí se queda cuidando desde la ventana que no entren las brujas a robarme. Ellas le dijeron que vendrían por mí los martes y viernes. Mi madre dice que es porque nací un martes del mes de mayo. Es un asunto que no comprendo. Ella me regaló un libro de duendes, hadas y brujas. Ahí las conocí, son mujeres feas con verrugas que vuelan en escobas, roban a los niños y hacen pociones con su carne. Yo no quiero ser pócima de nadie. La única persona que conozco además de mi madre es la instructora Ana. Además conocí una sirvienta cuando vivía mi abuelo, pero de ella no recuerdo nada. Mi abuelo decía que la amaba. Extraño mucho a mi instructora. Ella tenía el cabello negro, tan negro como la bola ocho del billar, y una tez clara y limpia. Sus pies eran pequeños, y los traía cubiertos con unas zapatillas de charol negro que combinaban con su cabello. Ella me gustaba. Me enseñaba matemáticas, español, geografía y física. Venía a las diez y se iba a las tres. Recuerdo, que a mediodía almorzábamos un pan con mermelada; era mi momento favorito, porque la podía observar mientras untaba la mantequilla y la mermelada sin que se diera cuenta. Mi mamá, desde que murió mi abuelo, ya no puede educarme sola, por eso la contrató, pero desde que Ana me dijo que existía la escuela y la televisión y el internet, la corrió…



—Ores, hoy es martes y como sabes debo protegerte.

—Sí mamá, — le dijo Ores desde la cama— Puedo ver cómo lo haces.
—No, Ores. Si las brujas te ven te van a robar de inmediato. No puedo permitirlo—Su madre se acercó a él, le dio un beso en la mejilla y lo acurrucó.
Los demás días, cuando no va a defenderme, se duerme abrazada a mí. Nunca me suelta en la noche. Antes, cuando era más pequeño, yo me quedaba dormido toda la noche junto a ella. Ahora me cuesta mucho dormir. Ella se duerme a las nueve y yo tardo más, y cuando no está me dan ganas de ir a verla pero me da terror encontrarla luchando contra los encantamientos de una bruja. Me imagino que está rodeada de sacos de sal y cubetas llenas de agua para ahuyentarlas.


Ores escuchó pasos sobre las escaleras. Cerró los ojos. En la oscuridad sólo pensaba en Ana. Escucha una puerta que se abre, otra que se cierra, pasos arriba de él. “Entraron las brujas y están en el pasillo de arriba”, pensó. Una llave que cierra una cerradura. No puede dormir Ores. “Si veo por la cerradura de la puerta, lo más seguro es que no me vean las brujas pero yo a ellas sí. Iré con mucho cuidado.”

Ores subió y se colocó frente al cuarto del abuelo. La luz que salía por debajo de la puerta iluminaba sus pies. Era dorada. “¿Esa luz vendrá de alguna estrella que guarda mi madre?” se preguntaba Ores. Las tenues lámparas de las paredes iluminaban al pequeño cuerpo, dándole un aura angelical. Se acercó y colocó la oreja junto a la puerta, contuvo la respiración. Escuchó risas. Su madre reía y hablaba con alguien. La cama rechinó, alguien se había levantado. Miró por la cerradura y vio a un hombre desnudo que se subía los pantalones. A su madre no la lograba ver. “¿Dónde estará? El brujo la habrá hechizado para que se volviera loca y riera sin sentido.” El hombre encendió un cigarrillo.
— ¡Mamá, te va a quemar el brujo!— De un golpe su madre abrió la puerta.

—Ores, ¿qué haces aquí?
—Mamá las brujas entraron, están en el pasillo y el brujo te hará daño.
Su madre traía puesta una bata de seda que su hijo nunca había visto.
—¡Mamá, el brujo!—Ores señaló al hombre. Su madre quedó inmóvil.
—Madre, ¿Estás bien?
—Sí hijo. Este no es un brujo, es un maleante que me quiere… me quiere violar. Eso es, un violador.
— ¿Qué es un violador?
— ¡Por favor! No le mientas al niño. Dile de nuestra relación, él entenderá—dijo el hombre con una confianza arrogante.
—Hijo no lo escuches. Los violadores son personas malas que obligan a niños y mujeres a hacer cosas que ellos no desean. ¿Te acuerdas de cuando la sirvienta se fue porque tu abuelo la tocaba?
—No. El abuelo era muy bueno…
—Cállate ya. Este hombre es igual o más pervertido que tu abuelo. Es una mala persona, que entró por la ventana del cuarto mientras yo preparaba todo para defenderte. Entró y me dijo que te haría cosas feas sino aceptaba estar con él. Me golpeo y me tiró a la cama…
—…Mujer, sabes que eso no es verdad. Tengo tres años que vengo a verte. Ya deja de mentirle.
—Ores, las personas son muy malas, mentirosas, traidoras. Te van hacer mucho daño y no lo permitiré. Recuerdas que te dije que tengo una defensa contra ellos.
—Sí.
—Ve y trae mi bolso que dejé en el comedor. Anda corre.
“¿Por qué no lleva consigo su bolso mamá?”
Mientras Ores bajaba, el hombre se acercó a ella, le tocó el vientre, le besó la espalda y le sobó los senos.
—Hermosa, vente a vivir conmigo. Sabes que te amo. Podemos hacer una familia y comenzar de nuevo.
—Eres un abusador. Me has usado estos tres años.
—Eso no es cierto, tú quieres estar conmigo. No acaso me llamas desde tu oficina y me dices cosas lindas. ¿Recuerdas cuando trabajaba de contador? eso fue hace 5 años. Ahora que soy director puedo mantenerte a ti y a tu hijo. Se ve que es un niño feliz e inteligente. Vente a vivir conmigo.




Ores llegó con la bolsa. El hombre se retiró y se fue a poner la camisa. La mujer sacó una pistola de bolsillo y le indicó a su hijo que no hiciera ruido. Ores se tapó la boca. El hombre se vestía de espaldas a ellos. Se miró en el espejo del tocador, abotonó la camisa y se colocó la corbata. Sonó un disparo, luego otro y luego otro. Aparecieron en el reflejo dos óvalos rojos: el hombre cayó al suelo. Su madre se acercó llorando. El hombre le alcanzó un tobillo, ella lo pateó, le colocó el revolver en la frente y le disparó. Ores se lanzó a abrazar a su madre, ella lo estrecho con todas sus fuerzas. Cubrió con sus brazos el delicado cuello del niño, lo apretó fuertemente para no dejarlo ir, él le agradecía ya sin voz por haberlo salvado.











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